viernes, junio 28, 2024

Remando contra la corriente de las igualdades a raja tabla BUSCANDO COMO ELIMINAR LOS DISFRACES DE LA FALSA DEMOCRACIA PLURINACIONAL

 


Por Guillermo Torres López *

Una de las mentiras de la democracia es que los seres humanos son iguales. La palabra igualdad es uno de los conceptos más inciertos pese a su base lógico matemática, sobre todo cuando nos referimos a las personas y sus peculiaridades. De hecho, los textos de consulta llaman tanto a la igualdad como a la desigualdad creencias, es decir convicción personal, o verdad subjetiva.

Todos pareciesen que comparten la idea básica que el ser humano es digno por dicha condición, pero de ahí pretender que somos iguales hay una diferencia cuyo transito es espinoso. Una constatación histórica es que mientras se predica una convicción, los hechos muestran una realidad diferente. Por muy dignos que creamos ser en nuestra humanización, cuando tratamos de migrar tras trabajo a Europa, pasamos de ser dignos humanos a pinches sudacas. Esa metamorfosis es materia de sesudos estudios sociológicos de los profesionales de la conducta y la forma de ser de los humanos. Una de nuestros grupos indígenas más conspicuos es la de los Urus, y dentro de ellos, los Chipayas. Según los payasos de la sociología, una familia chipaya está conformada por el padre, la madre, los hijitos chipayas y el antropólogo, obviamente gringo. Más allá de estas curiosidades graciosas, es evidente que el resto del planeta no nos ve como sus iguales, sino como curiosas piezas del folklore latino, de allí que no hay k·anka que no tome fotos a cholitas y a abarqueros que pululan sobre nuestro territorio. Dentro de las fronteras, nos sabemos desiguales y aunque no negamos nuestra dignidad humanoide, es evidente el afán travesti de nuestros políticos que se disfrazan de maneras variopintas para asegurar que representan culturas diferentes en este estado plurinacional, donde hay una nación minera que usa guadatojos para discutir el contenido de las leyes, unos emponchados carmín, conocidos por sus tribales practicas de canibalismo, junto a la parafernalia de aguayos, acsos, chumpis y tullmas y una generalización de orientales de supuesta ascendencia guaraní que han logrado ser los únicos visibles en las llanuras, olvidándose en su altanería que no son los únicos llaneros o silvícolas. Si sumamos a los vallunos y tomamos conciencia de los olvidados, pandinos y benianos, ya tenemos a todo el arcoíris que conforma Bolivia, evidentemente desigual, diferente, y con muy poco en común.

Sería una gran paso en esto de conducir el conglomerado abigarrado de los bolitas de oro, como nos llaman los rioplatenses, el tomar decisiones sobre lo que se viene y lo que no se viene. Es poco probable que el imperio incaico retorne a la vida diaria y que haya el día de gozo racial de reconstrucción del Tahuantinsuyo. Menos aún que los guaraníes orientales logren al fin hacerse de todo el país. Los olvidados seguirán en esa condición y los vallunos continuarán en ese recorrer el mundo, que permite afirmar que en todas partes hay un cochabambino.

Me viene a la memoria la Revolución de los jóvenes de Turquía, a comienzos del siglo XX, movimiento que concluiría con la presencia de  Kemal Atatürk en la década del 30, solucionando varias cosas similares a los problemas  del plurinacionalismo, políticos disfrazados, musulmanes al acecho y minorías separatistas, es decir lo que viene enfrentando la Bolivia de hoy. Si aceptamos que la igualdad del ser humano, o su desigualdad, son meras creencias subjetivas, es posible que aceptemos medidas prácticas de convivencia tras del desarrollo económico, más aún si el sistema de los creyentes en el Pachacuti se agotó. Este señor que traigo a colación, dejó atrás la monarquía musulmana, la diversidad de naciones, el baldón del narcotráfico, y dio inicio a una secularización de Turquía, legalizando y controlando el cultivo de la adormidera y por lo tanto del opio, entregando a una sola identidad a todos los grupos de su plurinacionalidad, el ser turco y un fuerte presidencialismo, pese a que de origen los Jóvenes Turcos y su revolución, reimplantaron el Congreso o parlamento.

Esta creencia que somos iguales, permite actualmente que cualquiera ocupe cargo público de elección sin saber leer ni escribir, y que un genio del algebra o de la física cuántica no pueda tener trabajo por no saber hablar aymara.

Y ahí vamos, con leyes que hacen personas que no han ido siquiera a la primaria, con reformas maoístas que buscan la educación por el trabajo agrario, presentes en nuestro sistema educacional, con universidades que juegan al auto engaño y que ponen en circulación profesionales que no dan la talla en lo que se supone es su especialidad.

El saber leer y escribir en castellano y por lo menos tener educación secundaria debería ser el mínimo de exigencia para los cargos de elección. La reducción en número o el servicios gratuito en los entes legisladores, una medida muy aconsejable;  la reducción de los empleados públicos por igual, vengan de donde vengan, pueden ser formas reales de entender que el ser humano no es igual, y que la ignorancia es un baldón que debe impedir la participación en la cosa pública. Que antidemocrático que estoy. Hasta a mi me da miedo eso de renunciar a disfraces, plantear que sólo somos bolivianos, y dejar de lado los rencores de los 500 años y cosas similares. A fin de conciliar diferencias, podríamos inmolar a nuestros dioses vernaculares, incluida la pacha mama, los achachilas, y toda religión que requiera de sacrificios, a todos los politicastros que han despeñado el país con sus disfraces incluidos y con ese degüello general arrancar un nuevo amanecer, que creo se dice Jacha Uru. Es cosa de animarse.

*El autor amaneció un poquitín extremista. Qué comerá, de seguro se preguntan.

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